El amor en tiempos del coronavirus

Artes y Espectaculos 23 de marzo de 2020 Por Tribuna
Por Mario Trecek
pintura
"El amor en los tiempos del cólera", de García Márquez, ilustrada por Luisa Rivera

Estamos viviendo un momento de cuarentena, apestoso, oscuro, gris, como si fuera el "Triunfo de la muerte" como el cuadro macabro de Pieter Brueghel el Viejo. Ahora los mayores de 60 caemos en la categoría de amenaza. Todos somos una suerte de Isidoro Vidal, personaje  de "Crónicas de la Guerra del cerdo" de Adolfo Bioy Casares, donde hay que eliminarlos. Como el mandato de la exdirectora del FMI Cristine Lagarde: "Los ancianos viven demasiado y esto es un peligro para el sistema". 

Nada de amores de novela, como los de Elsa y Fred, de hacerse los pendejos, e ir a la Fontana di Trevi. Hacerse la Anita Ekgber y Marcelo Mastroiani. Un amor de película y de veteranos, ni hablar. Menos viajar a Italia, en tiempos de coronavirus.

Hemos pasado por esto. La peste asolaba Londres, y en medio de ella, Shakespeare escribió Hamlet y el Rey Lear. Cuando el cólera azoló Córdoba por 1867, el Cura Brochero, en sus primeros meses de sacerdocio, cuando trabajaba como asistente en la Catedral, ayudó a los enfermos. En la novela de Albert Camus "La Peste" aparecen miles de ratas muertas en la ciudad de Orán, como símbolo del nazismo en la faz de la tierra, pero también del sanitarismo y la solidaridad representado por la figura del Dr. Bernard Rieux, héroe de la novela. 

En el "Decamerón" de Giovanni Bocaccio, se desarrolla en una cuarentena declarada en Florencia en 1348 donde la peste negra desangra la ciudad. Siete mujeres y tres hombres de la alta sociedad florentina se encuentran fortuitamente después de misa en la iglesia vacía de Santa María Novela y deciden huir al campo. Allí pasarán 10 días contando relatos procaces y anticlericales, aislados, creyendo que zafaban. No fue así. Culpaban a los tártaros, a los mongoles, lo que venía del norte. Creían, que con catapultas, les tiraban muertos infectos a la ciudad. La gente disparaba despavorida, y no hacía más que diseminar la peste por toda Europa. Eran las pulgas de las ratas. Era zoonosis, como hoy. Una de las primeras guerras bacteriológicas digamos. Un poco más de un siglo después en América se usará como estrategia de dominación. Lo cuenta Bartolomé de la Casas, no solo trajeron la biblia y la espada, el mejor efecto de devastación, la viruela, el sarampión, diezmando la población indígena, que claro, no disponía de anticuerpos. 

En esta cuarentena, también hay sospechas de guerra bacteriológica entre EE.UU y China, que obviamente pelean por la hegemonía internacional. Fuera de estas sospechas conspirativas, la literatura, siempre se ocupó de generar obra alrededor de las pestes, como José Saramago, en "Ensayo sobre la ceguera". 
 El  Estado para controlar una peste de la que no conoce nada, se pone represivo generando la desolación de los ciudadanos que deben enfrentar una cuarentena por demás violenta y cruel, pero finalmente saca el mejor aspecto de todos, la solidaridad.

No nos podemos besar, ni abrazar, ni acariciar, nada de proximidad. Da rabia. Otra peste. Saludarnos con el codo. La parte de nuestra anatomía que tiene peor fama, por aquello de borrar lo que previamente se afirmaba. El codo es la zona menos erótica de nuestro cuerpo, porque sabemos que las más blandas y húmedas son las más amables, como sabrosas. El codo es seco, árido, insensible, y solo sirve para flexionarlo, y mandar al diablo a alguien, como al Dr. Juvenal Urbino de la novela de Gabriel García Márquez, cuando Jeremiah de Saint-Amour decide suicidarse, porque se negaba a envejecer, en cambio Florentino Ariza y Fermina Daza es el triunfo del amor, en los tiempos del cólera. En esta novela los protagonistas desafiando el  mandato de que es tarde para todo, afirman: "La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artilugio logramos sobrellevar el pasado"  y viejos como eran, se amaron eternamente.

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