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Los invasores

“Con un billón de muertes ha adquirido el hombre su derecho a vivir en la Tierra y nadie puede disputárselo (...)”. (Herbert George Well, La Guerra de los mundos)

Locales23/05/2020 Tribuna
LOCALES Dibujo
Ilustración de Alvim Corrêa, para La Guerra de los Mundos

Caritas

La noche del 30 de octubre de 1938, la vanguardia de un ejército invasor proveniente del planeta Marte descendió en una zona rural de Nueva Jersey. Un joven locutor de 23 años, llamado Orson Welles, anunciaba la colosal primicia desde los micrófonos de la CBS en Nueva York para una audiencia radial compuesta de millones de personas.

La transmisión en vivo del ataque en forma de noticiero con corresponsales que oficiaban como testigos del evento, provocó una ola de terror en ambas ciudades. Muchísima gente intentó huir de ellas antes de ser fumigadas por los alienígenas. Las calles se llenaron de individuos desesperados por escapar que hasta aseguraban haber visto a los marcianos.

Aunque al comenzar el programa se había advertido que un grupo de actores iba a dramatizar una obra literaria, lo cierto es que la compañía de radioteatro fue tan convincente en su representación que el episodio, de 59 minutos, es considerado uno de los más famosos y brillantes de la historia de la radio.

Con vehemente realismo, el genial Orson Welles había dado vida a la novela “La guerra de los mundos”, del no menos genial escritor inglés H.G. Wells (curiosamente ambos apellidos suenan iguales, aunque se escriben diferentes).  

En esa obra se narra con suspenso, horror y patetismo, una invasión extraterrestre contra la cual las fuerzas humanas nada pueden hacer. Se han hecho varias versiones para el cine de esta historia -algunas demasiado libres- y quienes hayan visto alguna, seguramente recordarán las escenas donde las armas terrícolas, por más sofisticadas que fueran, sucumbían ante la superioridad de unos monstruosos trípodes en los que se desplazaban los visitantes quemando todo a su paso.

Finalmente, algo sucedió que los detuvo. De repente fueron derrotados y exterminados a manera de insectos por una simple enfermedad que a los humanos no les hace ni cosquillas. Los marcianos -dice Wells-  fueron “destruidos por las bacterias de la corrupción y de la enfermedad, contra las cuales no tenían defensas; destruidos, como le estaba ocurriendo a la hierba roja; derrotados -después que fallaron todos los inventos del hombre- por los seres más humildes que Dios, en su sabiduría, ha puesto sobre la Tierra. Había sucedido lo que yo y muchos otros podríamos haber previsto si no nos hubiera cegado el terror.

Esta cuarentena, la falta de contacto con el mundo exterior ¿puede debilitar el sistema inmunológico?  Esto es hoy por hoy, tema de controversia. Nuestro complejo de defensa es sólido pero vulnerable. Convivimos con enemigos invisibles que están siempre al acecho, esperando que se abra una brecha para entrar, tal cual lo ha conseguido este virus. 

Los gérmenes de las enfermedades han atacado a la humanidad desde el comienzo del mundo, exterminaron a muchos de nuestros antecesores pre humanos desde que se inició la vida en la Tierra. Pero en virtud de la selección natural de nuestra especie, la raza humana desarrolló las defensas necesarias para resistirlos. No sucumbimos sin lucha ante el ataque de los microbios, y muchas de las bacterias -las que causan la putrefacción en la materia muerta, por ejemplo- no logran arraigo alguno en nuestros cuerpos vivientes.

Pero no existen las bacterias en Marte, y no bien llegaron los invasores, no bien bebieron y se alimentaron, nuestros aliados microscópicos iniciaron su obra destructora”. Los marcianos de Wells no podían contra ellos porque sus cuerpos no estaban preparados, como los nuestros, para resistirlos en equilibrio.
 La homeostasis, (del griego homoios: igual y stasis: estado), es la capacidad que tiene el organismo mediante un complejo sistema regulador, de mantener una condición interna estable. En él intervienen, el sistema endócrino, el neurológico, el psíquico y el inmunológico. Cuando uno de ellos se rompe, desequilibra a los demás, y el resultado en corto plazo, si no se reestablece, da lugar a las enfermedades.

El sistema inmunológico está formado por una red vascular muy amplia y compleja, de la que forman parte vasos linfáticos, células receptoras en tejidos y órganos (timo, bazo, ganglios y médula ósea). Interviene en procesos biológicos en el interior del organismo, colaborando para mantener al individuo preparado para enfrentar a los agresores (externos en este caso), tales como bacterias, virus, y todo elemento extraño, reconociéndolos y dando una respuesta inmunitaria. Es de este modo que convivimos con todos estos micro enemigos sin afectar nuestra salud, ya que han sido reconocidos por el sistema inmunológico desde el nacimiento, a pesar de que todo cuanto nos rodea, está contaminado. 

Hoy hablamos mucho sobre el estrés, que es el mecanismo natural que tenemos los seres humanos, para actuar ante situaciones peligrosas. En términos científicos, es el estado que se manifiesta por el llamado Síndrome de Adaptación General que nos permite resistir un entorno hostil. También usamos las emociones para protegernos. Ellas son respuestas psicofisiológicas ante un estímulo real o imaginado. Cuando la epidemia del Covid 19 se originó en Wuhan, parecía tan lejana que no era capaz de producirnos temor alguno, hasta que la OMS la declaró pandemia y comenzaron a contabilizarse en forma creciente el número de muertos. Allí comenzaron a aflorar nuestras emociones negativas, como el miedo, la ansiedad y la incertidumbre, condicionando a otro de los cuatro aparatos que mantiene la homeostasis: el psíquico.  Por ello, está en nosotros el saber filtrar esta emoción, enfrentando al miedo. Esta cuarentena, la falta de contacto con el mundo exterior ¿puede debilitar el sistema inmunológico?  Esto es hoy por hoy, tema de controversia. Nuestro complejo de defensa es sólido pero vulnerable. Convivimos con enemigos invisibles que están siempre al acecho, esperando que se abra una brecha para entrar, tal cual lo ha conseguido este virus. 

Claro que no es la primera vez. Durante su permanencia en la Tierra, la humanidad ha padecido plagas y epidemias por doquier, pero el sistema inmunológico, al final, salió siempre victorioso. Cada peste ha sido una guerra con millones de muertos que, según Wells, le han dado a nuestra especie el derecho de habitar el planeta sin barbijos, escafandras o rígidos protocolos. 

Pronto volverá el tiempo de asistir a un recital, salir libremente de paseo o sentarnos a tomar un café; de hacer, en definitiva, las cosas simples de nuestra vida cotidiana con la sola protección de nuestras defensas naturales; y de darnos la mano, despreocupadamente, como lo hemos hecho durante miles de años.        

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