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Dejar atrás el país de las oportunidades perdidas

Este fin de semana, dediqué especial atención a la opinión de distinguidos especialistas en temas económicos y rescaté, desafortunadamente, la reflexión que les ofrezco con el título de mi columna de este mes.

Información General25/06/2024TribunaTribuna
NOTA MARTINA AGRO

Raúl A. Martina
Ingeniero Agrónomo M.P. 1442
Asesor Fitosanitario Provincial

Este fin de semana, dediqué especial atención a la opinión de distinguidos especialistas en temas económicos y rescaté, desafortunadamente, la reflexión que les ofrezco con el título de mi columna de este mes.

En pleno y dilatado debate de la Ley de Bases, vale traer a la discusión algunos datos que nos asombran y nos ubican “con los pies en la tierra”. Todos los países del mundo tienen problemas políticos con los cuales conviven día a día. En la mayoría de ellos, se rescata un denominador común: a pesar de los conflictos, el gasto público no excede el 25% de sus PBIs; mientras que, en el Estado Argento, nos acostumbramos a depender de él en forma sistemática desde mediados del siglo pasado a la fecha, siempre pidiéndole al Estado Benefactor que nos solucione los problemas. De allí que el gasto público nacional representa más del 51% del PBI. Y el razonamiento es lógico: por tanto, cuando el Estado tiene problemas, lo tiene más del 50% de la economía nacional, mientras que en el resto del mundo no más del 25% puede estar en problemas y el resto sigue funcionando. No solo los pequeños necesitan, sino también los grandes que se amoldaron a la maquinaria nacional del Estado sin demasiados inconvenientes.

Les comparto las palabras del didáctico analista económico Claudio Zuchovicki, quien remarca que bajar el gasto público es la mejor herramienta que nos pueden ofrecer para comenzar a bajar la presión impositiva, de manera tal que nos liberen las manos para ponernos a trabajar de lleno en lo que mejor sabemos hacer y hacemos bien. En ese sentido, tomo algunas ideas que ya compartí en columnas anteriores, recalcando que debemos, porque sabemos hacerlo bien, profundizar en la producción de alimentos con valor para exportar al mundo. Entre otras cosas, pesa, por supuesto, mi mirada en el sector que es motor de la economía del interior de nuestra pampa gringa; sin embargo, hay mucho más para desarrollar y generar divisas en este gigante dormido, como lo plantea el joven Comunicador Social Damián Di Pace, cuando nos muestra con cifras más que alentadoras lo que podemos crecer mirando la cordillera y el mar Atlántico, pensando en minería, pesca y fundamentalmente en la industria del conocimiento que avanza de manera abismal.

Al caer la tarde otoñal en mi querida ciudad de Almafuerte, lectura frente al espejo de agua del “Piedras Moras”, inmóvil, tranquilo, manso y vigilado por aves cada vez más diversas y llamativas, la frutilla del postre es el aporte que entrega en sus notas el experimentado economista de mente lúcida y creativa, de más de 82 pirulos, el profesor Ricardo Arriazu. Él nos invita a darnos cuenta de las ventajas competitivas de Argentina en materia de Energía, Minería, Agricultura, Industria del Conocimiento y Turismo, considerando lamentablemente que la mitad de los responsables de tomar decisiones en el país entiende que ya no estamos en condiciones de seguir desperdiciando oportunidades y la otra mitad, fundamentalmente representada por políticos y gremialistas, sigue insistiendo con un modelo que lleva más de 70 años generando pobreza y desocupación. El valor de los Recursos Naturales de nuestro país representa trece veces el PBI; el de Noruega, por citar un ejemplo, es de solo 3 veces. Y subraya, el crecimiento y el desarrollo de las naciones no es el resultado de sus recursos naturales, pero ayuda y mucho. Depende de sus habitantes usarlos de manera responsable para generar oportunidades de trabajo genuino y a la vez sustentable. El ejemplo que el sector agropecuario aplica en un escenario de gobiernos que imponen retenciones como castigos distorsivos, es absolutamente respetable y digno de imitar, puesto que reacciona incorporando campaña tras campaña más y mejor innovación, biotecnología, genética de avanzada, informática, software y hasta aplicaciones de inteligencia artificial, con el objeto de lograr mayor productividad, aquella que le extraen los gobiernos de turno para cubrir altos desfasajes del gasto público.

Para cerrar, la reflexión que se ajusta como anillo al dedo sería la del pensador norteamericano William Arthur Ward cuando nos comparte que, “el Pesimista le echa la culpa al viento, el Optimista espera que el viento cambie, y el Realista adapta y orienta las velas”. El desafío está planteado.

Nota publicada en la edición impresa del sábado 15 de junio de 2024

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