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¿Quién es “el mejor” abogado?

29 de Agosto Día el Abogado.

Información General01/09/2025TribunaTribuna
GARBARINO

Franco Garbarino
Abogado
MP 10-516

Cada vez que alguien golpea la puerta de un estudio jurídico, detrás hay una historia: un problema dando vueltas en la cabeza, una duda que crece, un miedo que no deja dormir. Por eso la pregunta “¿cuál es el mejor abogado?” aparece una y otra vez. Buscamos una respuesta fácil: el más famoso, el más caro, el que “nunca pierde”. Pero en la vida real, el “mejor” no se mide en trofeos sino en la calma que devuelve.

¿Qué espera la gente de un abogado? Primero, ser escuchada sin apuro ni prejuicios. Alguien que ordene el relato, separe hechos de opiniones y detecte lo importante exige tiempo y atención. 

Segundo, claridad. Un buen abogado no impresiona con términos en latin o citando artículos y leyes; traduce. Pone el derecho en palabras simples, explica opciones, riesgos y tiempos sin vender espejitos de colores. A veces la mejor respuesta es: “No conviene ir a juicio”. Otras, “Sí, pero con estos límites”. Decirlo a tiempo ahorra dinero y frustración.

Tercero, un plan. Las personas buscan qué pasos seguir, qué documentos reunir, qué puede pasar si el otro lado se mueve. Un plan no garantiza el resultado, pero sí devuelve control. Y el control, cuando todo parece incierto, es alivio.

Cuarto, presencia. No hablo de estar las 24 horas, sino de estar cuando hay que responder, informar avances y no desaparecer. La ansiedad crece en silencios; una llamada o un correo a tiempo valen tanto como una audiencia ganada. La defensa también se hace de pequeñas certidumbres.

Quinto, ética. La promesa de “arreglar todo” suele ser una alarma. El mejor abogado sabe decir que no: no a atajos turbios, no a maniobras que vulneran derechos, no a expectativas que rozan la fantasía. El mejor marketing es la reputación, que se logra con una constancia sin tregua, como quien trabaja la piedra para formar una escultura.

Tal vez por eso el “mejor” abogado no se parece al actor principal en una producción hollywoodense. Es más bien un artesano de lo razonable. Sabe discutir fuerte sin perder la compostura, ceder cuando conviene y pelear cuando hace falta. Entiende que ganar no siempre es un fallo: a veces es cerrar un acuerdo, prevenir un juicio, recuperar la paz. Y perder también puede ser ganar cuando se administra el daño para que no se convierta en ruina.

Hay tres verbos que resumen lo que la gente espera y que, cuando aparecen juntos, hacen la diferencia: escuchar, explicar y acompañar. Esto para que el cliente no atraviese solo un proceso que, por definición, es hostil y técnico. A ese trípode se le suman cuatro virtudes silenciosas: competencia (saber), prudencia (medir), coraje (actuar) y empatía (ponerse del lado humano del conflicto). 

¿Y cómo reconocerlo? No por el tamaño del estudio ni por la pared llena de diplomas. Se nota en la primera conversación: hace preguntas que ordenan, no promete milagros, propone un plan y deja por escrito los honorarios y alcances del trabajo. Habla de riesgos sin asustar, de tiempos sin endulzar, de derechos sin declamar. Y si no es la persona indicada, recomienda a quien sí pueda ayudar. El ego no es parte del servicio.

Al final, la respuesta a la pregunta inicial es menos glamorosa pero más útil: el mejor abogado es el que te devuelve el control. El que te ayuda a decidir con información, te acompaña en los momentos difíciles y te trata con la dignidad de quien entiende que detrás de cada expediente hay una vida. No es magia. Es profesionalismo con humanidad. Y eso, cuando uno más lo necesita, vale más que cualquier slogan. Feliz día a aquellos que intentan que la justicia llegue a cada uno que la necesita.

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