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Artes y Espectaculos 11 de noviembre de 2020 Por Tribuna
Comentario del libro “El sol espeso”, de Matías Pruvost (Borde Perdido Editora).
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Por Mario Trecek

Para abordar un libro de poesía, no vale un conjunto estandarizado de conceptos, prácticas y criterios. Para enfocar un tipo de problemática tan particular como un poema, es resolver nuevos y reveladores tópicos, como los que este libro postula. En el desarrollo de todo software, debe proponerse una estructura conceptual y tecnológica de asistencia definida, normalmente, como artefactos o módulos concretos, un libro de poemas, merece una lectura, más que crítica, afectiva, considerada, no es un simple “paper”.

El autor hace cinco particiones en este libro “The effect is to segment memory into blocks” (el efecto es segmentar la memoria en bloques), cinco carpetas: “el lugar de los ascensores”, “vertiente sobre el sendero”, “Sedmonte”, “el salto”, y  “el sol espeso” pero que se integran  in crescendo, de lo cerrado a lo expuesto, de la casa-departamento al poema a cielo abierto, y viceversa.

Matías Pruvost, a quien desde el programa radial Cronopios que conduzco, publicamos una Plaqueta “Poesía Joven Regional” en el marco del No Durmai edición 2018 de Río Tercero, comienza sorprendiendo, con gusto a poco, pero no por lo que propone, sino por la economía de palabras o semas “espacio” “casona” “turistas” “Escombros, calle, aires acondicionados” en solo dos líneas e inmediatamente por la sinécdoque “bajamos a comprar tomates” devela que vive en un edificio de muchos pisos. En un departamento con balcón y en plena ciudad.

Gastón Bachelard en La Poétique de l’espace, reflexiona sobre la casa, como espacio de creación en soledad. Nuestro autor, en la computadora, iluminado por la pantalla, y creando mundo, luchando contra el anonimato que toda urbe propone “en el pueblo / todos tienen nombre / acá no”  en cambio “aquí las capitales / se guardan en un frasco”  porque “la ciudad mira / con ojos intensos”

Por lo general Bachelard nos habla la casa-casona, como espacio “feliz” rodeado de cierta atmósfera apocalíptica, hostil, de pandemia, un habitad, una burbuja virtual en medio de la borrasca “una tormenta /nos cambia el lenguaje” Les cuento que nuestro autor es programador de software, esto hace que de su lectura, se desprendan términos, jerga del oficio, re significándolos. 

El libro comienza con poemas de dos versos, y conforme sale del encierro, el texto se adensa, se estira, quiere decirnos más del él, y del paisaje. Cosas que no se almacenan en ningún disco rígido, ni pen drive, sino en la memoria afectiva, que siempre tiene un “loading / esperando diferido / un valor de tipo agua” La imagen de casa-departamento se muestra oponiéndose a mundo, naturaleza, sierras, agua, lago, un “dique pequeño”  La naturaleza del poema es su paradoja.  Se escribe en la ciudad pero mirando lo interior, y él interior, la ciudad natal (Río Tercero) el paisaje del valle. Imágenes que como “afluentes que se conectan / como el internet de las cosas” pero no de la tormenta, sino la de “datos” de “algoritmos” “códigos” y en un tiempo de redes y dispositivos, la gente tomó conciencia, que la “nube” sabe más de nosotros, que nosotros mismos.

Será entonces hora de mirar  de cerca, fijar la mirada en la pantalla de la vida,  saber que alumbra la luz artificial, pero es mejor la luz natural,  la del sol,  aun cuando se pone espesa. Solo hay que buscar un “interfaz” un modo de conectar-se con el afuera, donde está la gente, los ciudadanos, y no solo los cibernautas, los seres con afectos virtuales, que marcan descomprometidamente un visto o un like. En “Sedmonte” palabra polisémica si las hay, habla de ser, de segmento, y la desinencia “monte”Aparece el árbol, el planeta, la tranquera, tierra negra, sierras escarpadas “caminar en llamas /entrar en la montaña /hablar con el fuego”  

En la imagen de la ciudad contemporánea, los conflictos se sienten individuales y se le exonera de la dimensión colectiva, social. Queda la sensación de que la urbe no gobierna lo que crea, no contiene a sus ciudadanos, los apila, los asina, los aísla, con la ilusión que comparten un ágora, un no lugar, un shopping, como diría el filósofo Marc Augé. Pero, el psiquismo de los habitantes, les indica escapar del ascensor, de la escalera mecánica, del semáforo,  y hacer una “escapadita” al campo, a las sierras, al edén:  “El valle / se fue llenando / de río” “ ahora voy en un bote a remo / flotando sobre el lago” y elije “ vivir como las algas”  porque confiesa “ mi historia es agua / de mi ayer anfibio”  La ciudad, parece cada día más,una postal distópica, como en Metrópolis, Fahrenheit 451, o Blade Runner. “fui agua / soy tierra / voy hacia el vacío”  se viene una imagen fascinante, pero desoladora, agobiante, la hora del arrebol, del crepúsculo, del “sol denso”  que tiende a desparecer, y así la llegada de la noche con “sus mares de concreto” los balcones, al hormiguero de gente,  abrir las ventanas,  ver que comienza a llover, y los cantineros corren a guardar las mesas porque las gotas son gordas.

Resta continuar  la rutina citadina, plantea Matías Pruvost “llenar la heladera / responder el correo”  Los árboles, hoy son gladiadores  “los llamo frameworks de la espesura, pero no están en el centro, porque tapan la vidrieras comerciales, sino en los límites, fuera, afuera, donde a veces no hay Wi Fi y solo estaremos conectados con la poesía. Send.

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