
Nota de Opinión.
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“¿Quién lee diez siglos en la Historia y no cierra al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?”. (León Felipe, ¿Qué pena!)
Locales27/04/2020 Tribuna
*Carlos Ríos
Promediando el siglo XIV una epidemia de extraordinaria virulencia asoló al mundo occidental por entonces conocido: la Peste Negra. Aunque no hay pleno acuerdo, se piensa que pudo haberse tratado de la peste bubónica, un mal que infecta a las ratas y de ahí salta a los seres humanos.
Aparentemente comenzó -como el actual Covid-19- en China y se difundió a través de las rutas comerciales. Era pues, natural que la enfermedad entrara por el mar; en este caso por el sur de Italia, trasladándose luego al centro y norte de Europa donde castigó con más fuerza a partir del año 1348. Giovanni Boccaccio, en Cuentos del Decamerón, describe la situación de Florencia con palabras que bien podríamos trasladar a nuestros días.
Contra la enfermedad -dice-, no valía “ninguna sesuda precaución ni provisión ninguna de los hombres, a pesar de que por consejo de los médicos, nuestra ciudad fuese limpiada y purgada con gran diligencia de cualesquiera suciedades o cosas dañosas a la salud por ciertos empleados públicos que la ciudad dispuso para que esto hicieran y a pesar de que se prohibiese la entrada, no sólo a quien quiera que estuviese contagiado de aquella enfermedad, sino que de allí viniese donde la epidemia reinaba, y se tomaran todas las otras medidas pertinentes posibles para la conservación de la sanidad, y asimismo, a pesar de que se hicieran con gran devoción, muchas y diversas procesiones para suplicar humilde y devotamente, la misericordia de Dios”. Cuenta que “los sanos visitaban o se comunicaban con los que habían adquirido el mal, los cuales pegaban, así, la enfermedad, como el fuego prende en la leña muy seca cuando la alcanza”.
La población de las ciudades fue diezmada. Europa sufrió una implosión demográfica y la economía quedó arruinada. Quienes no pensaban en un castigo divino por los pecados de cristiandad, acusaban a los judíos de ser los responsables de la plaga. El cuarto jinete del apocalipsis había sido liberado. El genial director sueco, Ingmar Bergman, replicó el terror de los hombres y mujeres de la época en su película “El Séptimo Sello”, obra maestra del cine protagonizada por el recientemente desaparecido actor Max von Sidow.
Hasta hace muy poco -principios de año, sin ir más lejos- nos hubiera sido muy difícil creer que una escena similar podía repetirse en la edad actual.
Las pestes, plagas y cuarentenas se nos hacían cosas tan remotas como la época medieval. Creíamos haber sometido a la naturaleza que puede protestar de tanto en tanto sacudiendo la tierra con un terremoto, vomitando cenizas de un volcán, provocando olas gigantescas o arrasando el suelo con un huracán, pero aun con esos avatares de incidencia regional, nos considerábamos a salvo de un cataclismo global.
Un virus que se alimenta de nuestras células y reproduce con una velocidad asombrosa, parece querer mostrarnos lo contrario, metiéndonos en la máquina del tiempo, depositándonos en la Edad Media, burlándose de la civilización y de los progresos de los cuales ella se jacta. Pero hoy, a diferencia de los antiguos que no podían comprender las causas de su desgracia y la atribuían a castigos divinos y supercherías, hemos descubierto el poder de la razón para penetrar en los secretos de la naturaleza. Se trata de una conquista de la modernidad y de filosofía de la Ilustración que, según Kant, supone la salida del hombre de su minoría de edad. ¡Atrévete a saber!, es su consigna.
Un virus que se alimenta de nuestras células y reproduce con una velocidad asombrosa, parece querer mostrarnos lo contrario, metiéndonos en la máquina del tiempo, depositándonos en la Edad Media, burlándose de la civilización y de los progresos de los cuales ella se jacta.
La incorporación del saber científico a la solución de nuestros problemas cotidianos, ha mejorado en los últimos dos siglos nuestra calidad de vida. Las epidemias han matado a millones de personas a lo largo de la historia y muchas de ellas han sido controladas gracias al conocimiento dominado por el método empírico. En su libro “En defensa de la Ilustración” dice el profesor Steven Pinker: “El lavado de manos, la partería, el control de los mosquitos y especialmente la extensión del agua potable mediante el alcantarillado público y el agua corriente clorada vendrían a salvar millones de vidas”. El médico inglés John Snow, determinó que los habitantes de Londres que enfermaban de cólera tomaban agua de una tubería contaminada con aguas servidas.
La invención de las vacunas provocó una revolución copernicana en el sistema de salud, eliminando enfermedades mortales o incapacitantes como la viruela, la poliomielitis o el sarampión. Tenemos incorporadas en nuestras vidas, sin advertirlo, las bondades de los descubrimientos científicos que nos han salvado de algunas formas seguras de morir en el pasado, como los antibióticos, o nos alivian el dolor como los analgésicos. Pensemos, nada más, en el poder de la anestesia, en los avances formidables de la cirugía y en la acción experta de los médicos que diariamente salvan vidas que no hace mucho se habrían perdido.
Es, posiblemente, esa inconsciente habitualidad a los beneficios de la modernidad, lo que nos ha hecho perder la perspectiva de que algo como el coronavirus podía sucedernos y que no hubiera más profilaxis que la técnica medieval del aislamiento social. El cuadro del pintor flamenco Pieter Brueghel que ilustra esta nota es un espejo dantesco de nuestra condición sobre la tierra a pesar del paso de los siglos: nacemos para morir. Una advertencia que nos recuerda que la muerte se presentará a todos, triunfante al fin, sin compasión y sin distinciones. Pero tenemos cierta ventaja sobre nuestros antepasados. Ellos no conocían más cura que las imploraciones a Dios y la resignación a lo que dispusiera la providencia. Nosotros, en cambio, buscamos esa cura racionalmente. Sabemos de dónde viene la enfermedad y tenemos la certeza de que, tarde o temprano, aprenderemos a tratarla, a dominarla y extinguirla: una nueva victoria de la inteligencia sobre la insistencia implacable de la muerte.
*Abogado
Nota de Opinión.
La entidad fue fundada en 1936 y a lo largo de los años se consolidó como referente institucional.
La pieza es un ciclo de monólogos breves que el autor escribió durante la pandemia y que este año cumple su segunda temporada de funciones.
Días atrás el Vivero Municipal de Río Tercero cumplió 10 años. Y en ese marco, la Secretaría de Desarrollo Vecinal de la Municipalidad, presentó los resultados del censo de arbolado urbano, y la efectividad de las 700 intimaciones emitidas para los vecinos frentistas planten árboles en las veredas. El relevamiento arrojó, además, cuáles son los barrios con más y menos ejemplares.
El acto estuvo encabezado por el ministro de Seguridad, Juan Pablo Quinteros, acompañado por el intendente Marcos Ferrer, el secretario General de la Gobernación David Consalvi, y el Jefe de Policía Leonardo Gutierrez.
La categoría contó con 90 patinadoras, quedando las patinadoras locales en los siguientes puestos: Lola Pasteris: 33; Victoria Soria: 45; y Zoe Valla en el puesto 47, siendo esta su primera participación en un evento de tal magnitud.
Fue durante las últimas horas de este jueves 19 de junio. Se realizó mediante un operativo coordinado por el Ente Coordinador de Ablación e Implante de Córdoba (Ecodaic), que depende del Ministerio de Salud de la Provincia de Córdoba.
Con esta entrega, el nosocomio provincial de dicha localidad, suma equipamiento clave para la atención de pacientes críticos y consolida su rol como hospital regional de referencia.
La entidad fue fundada en 1936 y a lo largo de los años se consolidó como referente institucional.
Nota de Opinión.
Proyecto del oficialismo. Lo trata el Concejo Deliberante. Además de mano única, se plantearán giros permanentes a la derecha en algunas calles.
La maniobra consistía en estafas reiteradas y usurpación de terrenos, para luego vender derechos posesorios apelando a documentación apócrifa.