La directora libanesa realiza una profunda reflexión sobre los derechos humanos de la infancia y su película es un grito desesperado para que se tengan en cuenta. La cinta obtuvo el premio del jurado en el último Festival de Cine de Cannes y estuvo entre las cinco nominadas a la mejor película de habla no inglesa en los Oscar.
Se trata de una producción muy dura y bellamente filmada. Narra la vida de un niño de Beirut, de unos 12 años y cómo se desenvuelve en un ambiente de explotación infantil en varios ámbitos: familiar, laboral y social. La trama discurre en la triste realidad de los suburbios de la capital libanesa vista a través de los ojos del joven Zain y de su historia, rodeado por una miseria económica y moral.
El filme es crítico con las tradiciones en un país de grandes contrastes: con los niñas como víctimas, con casamientos consentidos entre familias para quitarse una boca que comer o con el rol que hombres y mujeres deben ocupar según se supone que es su lugar en esa sociedad plagada de situaciones que potencian la desesperación, la pobreza o la bajeza de algunas personas, siendo presa fácil de mafias y explotadores varios.
Durante toda la película se irán viendo a diversos personajes cuyo objetivo siempre es el mismo: sobrevivir como sea.
El protagonista es Zain Al Rafeea, joven actor sirio que ofrece una lección magistral de interpretación pese a su corta edad. Cafarnaúm no es documental, pero todo lo que cuenta es real. Nadine Labaki, quien también actúa en el filme, consigue transmitir una imagen de este duro mundo de forma sincera. Lo hace de una forma abierta y sin artificios, un puñetazo en la mesa, una ventana abierta a una realidad, que aunque giremos la cabeza, sigue estando presente.