La libertad de expresión

Locales 13 de junio de 2020 Por Tribuna
“Confieso que no profeso a la libertad de prensa ese amor completo e instantáneo que se otorga a las cosas soberanamente buenas por su naturaleza. La quiero por consideración a los males que impide, más que a los bienes que realiza”. (Alexis de Tocqueville, “La democracia en América”)
LOCALES Pintura
“La libertad guiando al pueblo”, de Eugene Delacroix (1830). La obra es conservada en el Museo del Louvre de París

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Carlos Ríos*


La libertad de expresión está asociada al progreso de la imprenta y a la posibilidad de producir en forma masiva escritos que permitan la difusión de las ideas y del conocimiento. A ese invento debe la humanidad su salto cualitativo impulsado por la filosofía de la Ilustración y la expansión de los dominios de la razón a todas las disciplinas.

En las colonias inglesas de América del Norte, las primeras publicaciones periódicas comenzaron a partir de 1690 y durante todo el siglo XVIII se fueron multiplicando. Esos diarios no eran, como hoy, medios informativos, sino instrumentos del debate público puestos, por lo general, al servicio de uno u otro partido. Así, con fuertes invectivas lanzadas al rostro del adversario quien, a su vez, respondía sin ninguna moderación, se fue moldeando una opinión pública suficientemente fuerte como para transformarse en un órgano de control del gobierno.

John Peter Zenger fue un editor de Nueva York que en 1736 decidió, a instancias de un grupo de enemigos políticos del gobernador nombrado por la Corona, utilizar su imprenta para publicar una hoja semanal sumamente crítica de las autoridades coloniales. El sheriff no tardó en visitarlo: sus diarios fueron quemados y el impresor puesto en la cárcel suponiendo que el aislamiento tras las rejas y el impedimento de usar la diabólica herramienta para fabricar balas de tinta, acabarían con la producción de los volantes insurrectos. Zenger, sin embargo, se las ingenió para seguir publicando con la ayuda de su esposa a quien le pasaba las instrucciones entre los barrotes.  

El procurador general lo acusó ante la Corte de sedición por editar noticias falsas con la intención maliciosa de calumniar al Rey. Cuando los defensores pidieron el apartamiento de dos jueces del tribunal por haber sido nombrados irregularmente, los magistrados reaccionaron cortando por lo sano expulsando del foro a los letrados. Zenger buscó entonces para su defensa al prestigioso abogado Andrew Hamilton de Filadelfia quien, ante el jurado, hizo una defensa valiente sobre la libertad de expresión y el derecho a criticar los actos de gobierno sin temor a sufrir por ello represalias. El jurado dio su veredicto absolviendo al editor en lo que configura el precedente más antiguo en tierras americanas a favor de la libertad de expresión que, en aquellas colonias del norte, fue un hábito antes que un derecho. 

Distinto era el panorama en las colonias españolas del sur. Hacia fines del Siglo VXIII había en el Río de la Plata una sola imprenta. Estaba en Córdoba y era de los jesuitas que la abandonaron cuando fueron expulsados. El Virrey Vértiz dispuso su traslado a Buenos Aires donde la emplazaron en la Casa de los Niños Expósitos. En su taller nació, en 1801 - no sin antes vencer las naturales trabas burocráticas-  el primer periódico editado en el Virreinato: El Telégrafo Mercantil de Cabello y Mesa.

La opinión pública es el único órgano de control al gobierno que todavía subsiste y su fortalecimiento es un imperativo de esta hora. El periodismo profesional cumple un papel fundamental en su formación a través de noticias confiables, investigaciones serias con fuentes debidamente chequeadas y el análisis argumentado. 

A partir de entonces se sucederían otras publicaciones, aunque siempre escasas. Hipólito Vieytes editó El Semanario de Agricultura, Industria y Comercio entre 1802 y 1807. En marzo de 1810 Belgrano fundó El correo de comercio, y, finalmente la Primera Junta constituida el 25 de mayo de 1810, ordenó la publicación de la Gazeta de Buenos Aires. El 7 de junio apareció el primer número y en su homenaje se celebra el día del periodista. Fue su redactor el secretario de la Junta, Mariano Moreno, quien "a la hora de doctorarse" -decía José Ingenieros- había cambiado la teología por la democracia, Tomás de Aquino por Rousseau y el púlpito por la prensa.

Aunque en las manos de Moreno la Gazeta era un vehículo de acción política y propaganda, en sus páginas se difundían los principios fundamentales de la libertad de prensa. El 21 de junio Moreno escribió: “La verdad como la virtud tienen en sí mismas su más incontable apología, a fuerza de discutirlas y ventilarlas aparecen en todo su esplendor y brillo; si se oponen restricciones al discurso, vegetará el espíritu como la materia y el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento, harán la divisa de los pueblos, y causarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria".

El periodismo profesional tiene, en este tiempo de pandemia, una responsabilidad imprescindible frente a un sistema republicano enfermo desde hace rato y que este año ha entrado en una cuarentena absoluta. El Congreso y el Poder Judicial han desertado de la escena abandonando sus obligaciones institucionales frente a una tendencia totalitaria que amenaza la vigencia de los más elementales derechos reconocidos por la Constitución, mientras gran parte de la población del país está bajo arresto domiciliario y cualquier voz disidente es destrozada y acusada de conspirar contra la vida.  La democracia está siendo vapuleada por un discurso demagógico, acompañado de acciones inconstitucionales que la ponen en riesgo. La opinión pública es el único órgano de control al gobierno que todavía subsiste y su fortalecimiento es un imperativo de esta hora. El periodismo profesional cumple un papel fundamental en su formación a través de noticias confiables, investigaciones serias con fuentes debidamente chequeadas y el análisis argumentado. 

El derecho a expresarse libremente sin censura previa es un derecho absoluto no sometido a reglamentación y condición necesaria del sistema democrático que se nutre de la diversidad de pensamientos. Impresiona, por eso, lo sucedido con el ex juez brasileño Sergio Moro, invitado a dar una conferencia en la Universidad de Buenos Aires. La presión de grupos que no aprueban su desempeño como magistrado hizo que los organizadores del evento lo clausuraran de antemano. Entre los censores estaban los intolerantes de siempre; pero también -y esto es lo más preocupante- personas que han realizado sólidos aportes investigando el fenómeno de la corrupción. En un exceso de paternalismo se han visto tentadas a proteger al auditorio de las malas ideas del juez. “¡Quién lo diría! -exclamaba Montesquieu-. Hasta la virtud necesita límites”. 

*Abogado

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