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La invención de lo sublime

“Nos abruma menos la fatiga real que la idea que de ella nos hacemos” (Quintiliano, Inatituciones Oratorias)

Locales09/05/2020 Tribuna
LOCALES Pintura
El joven. Pieter Brueghel

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*Carlos Ríos

Por una curiosa coincidencia, la Edad Media comenzó y terminó con dos de las más catastróficas epidemias que jamás asolaron Europa. En ambos casos se trataría de la peste bubónica que, una vez instalada, se prolongaba por décadas, regresando cada diez años y aniquilando en cada vuelta a la población inerme.

La primera fue conocida como Plaga de Justiniano y tuvo lugar en el Siglo VI, durante el reinado del emperador bizantino de ese nombre quien, por esos años, había iniciado la reconquista de las antiguas posesiones del Imperio Romano desmantelado por las invasiones bárbaras del siglo precedente.

La segunda fue la Muerte Negra del Siglo XIV, cuya aparición acarreó consecuencias económicas y sociales que permitieron enterrar el sistema feudal por entonces vigente. Pero en pleno Renacimiento apareció en Estrasburgo -hoy Francia y por entonces ciudad del Sacro Imperio Romano Germánico- otra enfermedad contagiosa que a simple vista puede parecer inofensiva, incluso simpática, pero en realidad resultó mortal: la Manía danzante, también llamada Corea epidémica o Danza de San Vito, ya que las víctimas, por lo general, eran exorcizadas en la capilla de San Vito.

En Italia se llamó tarantismo al mismo fenómeno, ya que se pensaba que el mal era producido por la picadura de la tarántula. De allí algunos derivan la tarantela, baile famoso del sur de la península. Se cuenta que una mujer de nombre Frau Troffea, comenzó de pronto a bailar desenfrenadamente.

La gente empezó, de la nada, a seguirla, hasta que se hicieron miles de personas las que se unieron al baile al compás de los instrumentos de viento, chirimías y sacabuches, miles de personas danzaban por las calles hasta caer exhaustas. Muchas personas murieron fulminadas por el cansancio.

Se propiciaron varias hipótesis, desde una intoxicación masiva que tuvo ese efecto o que los bailarines eran miembros de un culto herético. John Waller, que ha estudiado este comportamiento anormal, lo atribuye a un caso de histeria colectiva. Claro que la mortalidad de esta epidemia no puede compararse con la de las otras dos medievales. 

Por otra parte, abandonar el mundo danzando hasta puede considerarse una buena forma de morir. Sin embargo, nadie quería eso. La ilustración que acompaña esta nota, es un cuadro de Pieter Brueghel, (El Joven), sobre un dibujo elaborado por su padre del mismo nombre (apodado El Viejo) de quien hemos reproducido en nuestro último artículo su magnífica pintura “El triunfo de la muerte”.

La Edad Media abarca un período de aproximadamente un milenio. Los primeros siglos después de la desaparición del Imperio Romano, la cultura descendió hasta los confines de la brutalidad y la ignorancia, abandonado la filosofía, la fina arquitectura, la escultura y la literatura de la civilización grecolatina. La humanidad regresó a los tiempos prehistóricos, a la anarquía, a la lucha incesante por el territorio y la supervivencia.

El arte adquirió formas rústicas y elementales. Es probable que hasta los reyes fueran analfabetos. El avance del Islam a partir del siglo VII, privó a los cristianos del dominio del Mediterráneo, por lo que todo el sistema de comercio marítimo fracasó, imponiendo un nuevos sistema económico de explotación: el feudalismo, fundado en un contrato por el cual el señor brindaba protección a sus vasallos y éstos trabajaban la tierra para su protector.

El conocimiento antiguo, sin embargo, se conservó en los monasterios que fueron el arca del saber. De allí resurgiría la humanidad en todo su esplendor. La necesidad de adorar a Dios, alrededor del cual giraba toda la vida del hombre medieval, desencadena, a partir del Siglo XI, la producción en masa de magníficas catedrales cuya arquitectura fue evolucionando del románico al gótico. Su construcción demanda el trabajo de generaciones enteras al servicio exclusivo de la obra.  

En el siglo XIII aparecen los primeros pintores que se animan a nuevas formas, abandonando de a poco las reglas del arte bizantino: Duccio, Cimabue, Giotto, que pintan retablos y paredes en las iglesias para honrar a la Virgen y a los santos, anunciando con el primer gótico el esplendoroso Renacimiento. Mientras ellos pintan, Dante escribe para denostar a sus enemigos políticos y nos ofrenda la Divina Comedia; un siglo después aparece la Peste Negra y Bocaccio mata el tiempo contando historias del Decamerón; un siglo después estalla la pintura flamenca; un poco más adelante aparecen Leonardo, Miguel Angel, Tiziano…, creadores de belleza que todavía hoy nos deslumbra. Y todo esto pasaba en medio de pandemias feroces y hambrunas espantosas. Había lugar para la invención de lo sublime. 

Dice Will Durant que “el hombre medieval creía que le había sido revelada la verdad, con lo que se ahorraba su loca persecución; la temeraria energía que empleamos nosotros en buscarla, era dedicada entonces a la creación de la belleza; y entre la pobreza, epidemias, hambres y guerras, los hombres hallaban tiempo y ánimo para hacer catedrales. Atónitos ante un manuscrito medieval, humildes ante Notre Dame, contemplando la perspectiva de la nace de Wincherster, olvidamos la superstición y escualidez, las mezquinas guerras y monstruosos crímenes de la Edad de la Fe; nos maravillamos de nuevo ante la paciencia, buen gusto y devoción de nuestros antepasados medievales, y agradecemos a un millón de hombres olvidados el haber redimido la sangre de la historia con el sacramento del arte”. 

Nuestra propia plaga muestra la fuerza redentora del arte. Muchas personas encerradas en sus casas, algunas tremendamente atribuladas por las tareas domésticas y la contención de los niños, otras con menos responsabilidades, pero todas con vocación de crecer interiormente en la adversidad, se dedican a la pintura, a la escultura, al mosaiquismo, al vitraux, a la jardinería, produciendo belleza o visitando museos por internet, cantando en coros virtuales, llenado de contenido sus horas. Nadie sabe cómo será el arte ni la cultura en los años venideros.

Pero a diferencia de las mujeres y hombres de la Edad Media que no sabían que la suya era una época de transición, nosotros sabemos que cabalgamos sobre una bisagra de la historia, por lo que tenemos la enorme responsabilidad de salir de esto mejores que cuando entramos. 

*Abogado

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