Tratamiento para Covid 19. ¿Qué esperamos de la ivermectina?

Locales 30 de enero de 2021 Por Tribuna
Opinión. Marta Santi, Médica infectóloga MN 92751-MP 33060
LOCALES Ivermectina

Ha pasado ya un año de las primeras noticias llegadas de China acerca del novel coronavirus, nominado COVID 19, que nos ha demostrado cuan vulnerables somos los seres humanos.

Cuando las ciencias médicas estaban mirando hacia adelante, en pos de terapéuticas revolucionarias y opciones farmacológicas que permitieran encontrar solución a patologías crónicas; cuando las enfermedades infecto-contagiosas parecían ya abatidas gracias a los tratamientos antibióticos, cuando el HIV se sentía acorralado frente a las nuevas opciones terapéuticas que ya se reducían a un comprimido diario y mínimos efectos secundarios, algo nos sacudió.

Los coronavirus son patógenos virales minúsculos, imperceptibles y hasta menospreciados por su clásica presentación en épocas de invierno a modo de resfríos con compromiso de vías aéreas superiores, y en raras ocasiones, alguna otra manifestación. Es una familia amplia, con la particularidad que puede ser también encontrado como patógeno de otros mamíferos y en ocasiones, compartido. El antecedente de la aparición del Síndrome Agudo Respiratorio Severo (SARS) en el año 2003 y del Síndrome Respiratorio de Medio Oriente (MERS) en 2009, fueron brotes que debieron haber alertado sobre la posibilidad de mutación activa que estos virus poseían y estaban desarrollando, a expensas de sus mamíferos hospederos. Ambos autolimitados en el tiempo, fueron descartados los ensayos farmacológicos para desarrollar un tratamiento efectivo y específico.

Si algo esperábamos los médicos en vista de la progresión de la pandemia, era que, replicando a sus antecesores, la experiencia quedara en algunos brotes aislados y olvidáramos, nuevamente, la experiencia. Pero no fue así.

 A medida que pasaban los días, los números iban multiplicándose en cantidad de enfermos, las camas disponibles en los centros asistenciales disminuían, y las herramientas terapéuticas no aparecían. Cada paciente ingresado era un desafío ante lo incierto. La comunidad científica internacional no demoró mucho en enfocarse al estudio de la nueva enfermedad, y tratar de ensayar protocolos de acción, que pudieran implementarse de manera inmediata en los distintos cuadros clínicos que los pacientes presentaban.

Unas pocas cosas quedaron claras desde el principio: un virus de alta contagiosidad, con gran variedad de presentaciones clínicas; un alto porcentaje de personas portadoras asintomáticas; cierto respeto por los niños; grave en los ancianos y en los inmunocomprometidos. Y ninguno de los antivirales conocidos habían demostrado eficacia.

Es sabido que cada patógeno tiene su tratamiento específico: contamos con antibióticos para tratar enfermedades bacterianas; antivirales y antiretrovirales, contra los virus; antimicóticos, para las producidas por hongos, y antiparasitarios, para las parasitosis. En general, los médicos utilizamos nuestros arsenales de manera racional y discreta. Pero en este caso, ante la gravedad de la situación, los ensayos clínicos fueron por más y en asociaciones con otros fármacoso solos, se intentó encontrar una cura con lo conocido, mientras se esperaba algo nuevo, que hasta la fecha, no llegó.

 ¿Qué buscamos los médicos? Una solución rápida, efectiva, masiva, y en lo posible, económica. Rompiendo los patrones de los ensayos tradicionales, muchos protocolos comenzaban in vivo, o sea, directamente en el paciente. Nos limitamos al uso de drogas ya conocidas, empleadas en dosis habituales o modificadas, tratando primero no romper la máxima de no ocasionar daño con su implementación. Así aparecieron coformulaciones usadas para tratar HIV o la hidroxicloroquina usada en enfermedades autoinmunes y la malaria. Pero, con el correr de los días, caían en el fracaso. Nos resignamos a implementar medidas de sostén y oxigenoterapia, a corregir desarreglos de medio interno, a estabilizar la glucemia y la presión arterial. Pero los pacientes que no requerían internación presentaban un desafío. Mantenerlos lo mejor posible, disminuir los síntomas, evitar la internación, y acortar los períodos de permanencia del virus en las vías aéreas, y así, tal vez, poder disminuir la ola de contagios. 
 

Los antigripales, los complejos vitamínicos y los antiinflamatorios junto con las medidas generales fueron lo más usado. Hasta que las primeras noticias sobre la incorporación de la ivermectina asociada o no a algún antibiótico en los momentos iniciales de la enfermedad, parecía la solución.

La ivermectina es ampliamente utilizada como antiparasitario oral, y su uso masivo a dosis estandarizadas en comprimidos, no mostró grandes efectos colaterales usada en parasitosis humanas tan difundidas como la sarna, la escabiosis y la oncocercosis. También se encuentran en presentaciones tópicas para ciertas lesiones de piel, y en otras formulaciones de uso en veterinaria. 

El inicio de su uso en pacientes ambulatorios, con escasa o moderada sintomatología, en asociación o no con otros fármacos, demostraba inicialmente algún beneficio, por lo que ciertos grupos científicos comenzaron los estudios de efectividad necesarios in vitro . Pero los tiempos de pandemia son diferentes a los tiempos de calma en cuanto a la implementación de tratamientos compasivos, visto como tal aquellos en estadios de investigación con alguna evidencia de mejoría, a un paciente que no puede recibir un ensayo clínico, pero con una afección grave y potencialmente  mortal sin cura conocida. Es aquí donde se comenzó a difundir a la ivermectina como una esperanza en el corto plazo.

Actualmente se encuentran en desarrollo 56 protocolos de estudios, dividiendo a la sociedad médica en cuanto a las opiniones. Y la controversia traspasó los umbrales sanitarios para establecerse en un debate social cada vez más confuso. Estamos de acuerdo en que es un fármaco aprobado, implementado y con márgenes de seguridad terapéutica establecida. Sabemos de sus mecanismos de acción, ya mencionados, como antiparasitarios, a las dosis habituales y sus formas de administración en humanos. Pero su uso irrestricto, en dosis que superan hasta 50 veces las aprobadas, en presentaciones usadas en animales, y hasta propuestas en larga duración y de manera preventiva, nos lleva aun más a la incertidumbre.

¿Qué estamos esperando para incorporarla al arsenal de defensa contra la COVID 19? Evidencia científica comprobada y fundamentada. Cada medicamento lleva su tiempo de prueba, las “fases de investigación”, con sus indicaciones precisas, sus dosis adecuadas a cada cuadro clínico y las posibles complicaciones que pueda acarrear en el mediano o largo plazo, como cualquier otro remedio.

Este fármaco, tan discutido como otros tratamientos empíricos nos pone diariamente frente a nuestro hacer médico, en cuanto a las actualizaciones, los debates con pares y las recomendaciones científicas , coordinadas por profesionales de gran experiencia, conocimiento y trayectoria internacional. En nuestro país se desarrollan actualmente algunos de los trabajos representativos en pos del uso de la ivermectina, brindando periódicamente resultados parciales, algunos satisfactorios y otros no tanto. Y si bien su uso en pacientes con síntomas leves y moderados podría acortar los días de estadía, disminuir la carga viral y la sintomatología, hasta la fecha no se ha podido demostrar que su uso preventivo pueda brindar algún beneficio.

Por lo dicho, sólo queda insistir en las medidas generales de distancia social, uso correcto de barbijo y su cambio frecuente, aislamiento en caso de sospechas de contactos con pacientes o portadores, higiene de manos, ventilación de los ambientes, uso de soluciones alcohólicas y desinfectantes en superficies de contacto, recalcando la consulta médica, el control y seguimiento de las enfermedades subyacentes y el correcto cumplimiento de las indicaciones como los medios más eficaces de prevención de esta cruel enfermedad.

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